Gastronomía suiza y mexicana reunidas en una experiencia especial en Oliva Restaurante

Hay eventos que se anuncian como “experiencias” y luego resultan ser solo comida bien servida. Y luego está Oliva Restaurante, que este sábado decidió recordarnos que comer también puede ser un acto de placer, identidad y celebración colectiva.

Ubicado en pleno corazón de Tlaxcala capital, frente al Parque Xicohténcatl, Oliva no es un restaurante más. Desde su apertura vino a cambiar la forma de atender, a elevar el estándar y a demostrar que en Tlaxcala se puede ofrecer alta cocina con estilo, elegancia y calidez, sin perder cercanía.

Un restaurante que marcó un antes y un después

Oliva llegó para incomodar lo establecido. Cuidó el diseño del espacio, profesionalizó el servicio y puso sobre la mesa algo que no siempre se encuentra: constancia en la calidad. Aquí cada visita se disfruta, no importa si es un día común o un evento especial.

El gran protagonista: un jabalí que se robó la plaza

El evento tuvo un actor principal imposible de ignorar: un jabalí de cuatro meses de edad, cocinado durante ocho horas, girando lentamente y soltando aromas que invadían la Plaza Xicohténcatl, provocando antojo incluso a quienes solo iban de paso.

Tierno, jugoso, con un dorado preciso y un término perfecto. Carne suave, sabrosa, honesta. Preparada por una empresa tlaxcalteca, confirmando que el talento local no solo existe, sino que está a la altura de cualquier cocina de alto nivel.

Este jabalí no fue espectáculo. Fue técnica, paciencia y respeto al producto.

Bebidas que acompañan, no que estorban

Desde la llegada, la experiencia se sintió cuidada. El paquete incluyó seis bebidas creadas por Héctor Alvarado, bartender reconocido a nivel nacional, que entiende algo fundamental: el cóctel debe acompañar al platillo, no competir con él.

Jarritos con mezcal, coctelería equilibrada, refrescante y con carácter. A esto se sumaron cervezas artesanales, una oscura profunda y una clara perfectamente balanceada.

Nada improvisado. Todo pensado.

Barras, brasas y cocina en vivo

En el área de las brasas, uno de los grandes aciertos fue la presencia constante y cercana del chef de la casa, Eduardo Ruiz, quien no solo supervisó, sino que se mantuvo atento y comprometido con los comensales, atendiendo personalmente y explicando cada preparación.

Ahí se sirvió un New York asado al punto exacto, acompañado de pimientos, chorizo y quesos, demostrando que lo clásico, cuando se hace con técnica y respeto, no necesita artificios. A esto se sumaron camarones a las brasas, perfectamente cocidos, jugosos y bien equilibrados, preparados al momento y con una atención directa que elevó la experiencia.

Más allá del fuego y la técnica, lo que destacó fue esa disposición genuina por servir, dialogar y compartir la cocina con los comensales, un detalle que marca la diferencia y refuerza el carácter de Oliva como un restaurante que entiende que la gastronomía también se vive de frente.

El toque suizo, servido directo al comensal

Uno de los momentos más memorables fue la presencia del chef suizo Pablo Reyes Del Canto, con trayectoria en cocinas internacionales y experiencia junto a chefs Michelin.

Su preparación especial, una reducción de pera y manzana, fue servida personalmente sobre los cortes, elevando el platillo y reforzando el sentido del evento.

Como él mismo lo expresó: “Lo más importante no es cocinar, sino provocar placer en el comensal”. Y eso fue exactamente lo que ocurrió.

Servicio que se siente y se agradece

La experiencia no estaría completa sin el servicio. En Oliva, los meseros no solo atienden: acompañan, explican, recomiendan y sonríen. Te hacen sentir en casa, pero en una casa elegante, bien diseñada y cuidada.

Ese trato cercano, casi familiar, convierte la comida en algo más que una visita: la convierte en recuerdo.

Música que acompaña y eleva la experiencia

El ambiente musical estuvo a cargo de Dalex Álvarez y Karen Sánchez, integrantes del proyecto Raabta Sounds, quienes construyeron una atmósfera precisa y bien medida para el tipo de experiencia que propone Oliva.

Su selección sonora transitó por un set electrónico elegante, con matices contemporáneos y una vibra que remitía a espacios gastronómicos de zonas como la Roma o la Condesa, pero sin perder identidad ni saturar el ambiente.

La música acompañó, no invadió. Permitió conversar, disfrutar y permanecer, confirmando que cuando el sonido está bien curado, se convierte en parte esencial de la experiencia culinaria.

¿El precio? Más que razonable.
Por $1,500 pesos, la experiencia incluyó seis cócteles bien ejecutados, cervezas artesanales, jabalí, cortes de carne, camarones a las brasas, ensaladas, pizzas y pastas, todo servido con generosidad y sin mezquindad. La cantidad fue tal que llegó un punto en el que simplemente ya no podíamos más. Y eso, en un evento gastronómico, también dice mucho.

Oliva Restaurante no solo organizó un evento. Reafirmó su identidad. Aquí no vienes solo a comer. Vienes a disfrutar, a sentirte bien atendido, a vivir Tlaxcala desde una mesa bien puesta.

Sales con ganas de volver. Y con la certeza de querer traer a tu familia y amigos para que vivan lo mismo.

Porque cuando un restaurante logra eso, no solo hace cocina. Hace memoria.

Y Oliva, definitivamente, deja huella.

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